Cada vez más empresas y países quieren lanzar satélites a la órbita baja terrestre, pero la franja disponible para operarlos y comunicarse con ellos es finita, lo que está generando una batalla competitiva y regulatoria en la que los más poderosos podrían resultar favorecidos (como siempre).
El cielo está cada vez más abarrotado. Bandadas de Cubesats, flotas de cámaras en órbita y las primeras megaconstelaciones de internet de banda ancha como las de SpaceX, Amazon y OneWeb comienzan a poblar la órbita baja terrestre. Si se lanzan todos los servicios según lo planeado, pronto habrá 10 veces más satélites en órbita que en la actualidad.
Junto a los dispositivos funcionales, el espacio también alberga cada vez más basura espacial, cuya acumulación resulta peligrosa y preocupante. Pero los operadores de satélites se enfrentan otro problema más inmediato: el espectro radioeléctrico está cada vez más escaso. ¿Podrían las start-ups espaciales que se pelean por obtener su parte del espectro frenar esta industria naciente?
La radiación electromagnética abarca una amplia gama de frecuencias y energías, pero solo determinadas bandas son útiles para la comunicación hacia y desde el espacio. Los rayos X de alta frecuencia serían peligrosos; algunas señales de microondas acaban absorbidas por la atmósfera y las ondas de radio de frecuencias más bajas como UHF y VHF son menos efectivas en la transmisión de información y requieren antenas de tamaños poco prácticos.
Muchas de las frecuencias más deseables para los enlaces orbitales se asignaron a transmisiones de radio y televisión tradicionales mucho antes de que se lanzaran los primeros satélites. Ahora, a medida que los cielos se llenan de satélites y que las necesidad de ancho de banda son mayores, la lucha por los espacios de radiofrecuencia se pone cada vez más difícil. Los reguladores se enfrentan a más compañías, más satélites en órbita y más disputas que nunca. El papeleo puede durar años, mientras que algunas start-ups ambiciosas intentan alterar esta industria tan conservadora.
La Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) es el organismo encargado de resolver estas reclamaciones. Creada a mediados del siglo XIX para estandarizar las tecnologías telegráficas, lleva ayudando a regular los envíos de satélites a la órbita desde los albores de la era espacial. La agencia, que también es la responsable de que podamos realizar llamadas telefónicas de un país a otro, entre otras muchas responsabilidades reglamentarias, ahora forma parte de las Naciones Unidas. Pero los países individuales también quieren pronunciarse sobre las naves que vuelan sobre su porción del espacio. Eso significa que los operadores como Swarm también tienen que trabajar con las agencias nacionales de los países en los que pretenden operar (en concreto, la FCC controla el acceso al importante mercado estadounidense).
Al principio, la disponibilidad del espectro parecía ser un problema fácil de solucionar. Las frecuencias no solo se tenían que dividir entre un pequeño número de operadores de un área, sino que las mismas frecuencias se podían reutilizar una y otra vez en todo el mundo. Todo el mundo entendía las reglas, explica el representante de la consultora de satélites TMF Associates, Tim Farrar.
Sin embargo, las reglas del juego están cambiando. Los operadores quieren subir sus pequeños y baratos satélites a bordo de cohetes compartidos y enviarlos a órbita terrestre baja. A la altitud entre unos pocos cientos y 1.000 kilómetros hacia arriba, los satélites con cámaras tienen una mejor visión del planeta; para los sistemas de comunicaciones, una distancia más corta hasta la superficie puede ahorrar energía y reducir la latencia. Con tantas altitudes y órbitas para elegir, debería haber espacio para todos, pero no necesariamente hay espectro para todos.
El espectro se está convirtiendo en el factor limitante de las nuevas constelaciones de comunicaciones.
Algunos expertos creen que la mejor manera de impulsar la innovación tecnológica es que la regulación se quede en un segundo plano frente a las soluciones basadas en el mercado, como las existentes subastas para el espectro inalámbrico terrestre. Pero no existe un mecanismo claro para subastar el espectro global.
En cualquier caso, aunque convertir los repartos gratuitos de frecuencias satelitales en derechos comercializables podría ofrecer incentivos para la cooperación, a escala global, el proceso será muy complicado. La economía orbital ya está dominada por un puñado de países más poderosos. Dar preferencia a las empresas con los bolsillos más llenos podría mantener las desigualdades históricas y excluir a los países en desarrollo que tienen más que ganar si alcanzan la próxima frontera tecnológica.
No todo el mundo está de acuerdo en que la órbita necesite una revolución. Tim Farrar cree que los satélites y las estaciones terrestres se verán obligados a parar regularmente su funcionamiento hasta que el riesgo de interferencias disminuya, lo que reducirá drásticamente su capacidad y amenazará los ya inestables planes de negocios. "Desde el punto de vista económico, sería un desastre que todos pudieran operar. Pero es imposible que [todas estas compañías] hagan lo que han anunciado que planean hacer". En ese caso, una burocracia tortuosa que aplaza, retrasa e interrumpe los planes de negocios podría ser justo lo que el espacio necesita.
Una versión más extendida de este artículo está disponible en MIT Technology Review.
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