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  • Comienza la era de los lanzadores de metano

    La compañía Blue Origin ha anunciado que llevó a cabo la primera prueba de ignición de su motor estrella, el BE-4 (Blue Engine 4), en Texas. Una noticia interesante porque se trata de un motor a base de metano y oxígeno líquido.

    La prueba es un paso fundamental en las ambiciones espaciales de la empresa del magnate Jeff Bezos. El BE-4 debe servir para propulsar la joya de la corona de Blue Origin: el cohete pesado New Glenn. Este lanzador, capaz de situar 45 toneladas en órbita baja (LEO) y 13 toneladas en una órbita de transferencia geoestacionaria (GTO), está destinado a convertirse en un rival del Falcon Heavy de SpaceX, que será capaz de colocar 64 toneladas en LEO y 27 en GTO (es casi seguro que las prestaciones del New Glenn mejorarán con el tiempo). Ambos serán los cohetes comerciales más potentes en servicio (dejando a un lado el SLS de la NASA, con una capacidad mínima de 70 toneladas en LEO en su versión Block 1).

    Pero sin duda la novedad es que el BE-4 usa metano como combustible. SpaceX también ha apostado por este compuesto para su motor Raptor, que debe equipar el futuro cohete gigante BFR y, quizás, futuras versiones del Falcon 9.

    La ventajas del metano: reutilización

    El metano no se polimeriza durante la ignición del motor como lo hace el queroseno —o sea, deja menos residuos—, por lo que es más sencillo limpiar un motor de methalox antes de volver a usarlo, una característica muy valiosa cuando hablamos de reutilización.

    Blue Origin comenzó a trabajar en el BE-4 en 2012 a partir del BE-3, un motor más pequeño a base de hidrógeno y oxígeno líquidos que propulsa el cohete suborbital New Shepard, con el que Bezos quiere comerse el incipiente mercado del turismo espacial. El BE-3, a su vez basado en el mítico motor J-2 de la segunda y tercera etapas del Saturno V, también es reutilizable, pero como ya hemos visto el hidrógeno líquido no es una buena opción para reducir los costes en un lanzador orbital de gran tamaño.

    Como era de esperar, construir un motor tan complejo no ha sido tarea fácil para una empresa como Blue Origin, fundada en 2000. El proyecto ha acumulado retraso tras retraso y el pasado mayo surgió un problema durante una de las pruebas preliminares de los elementos del BE-4 que hicieron temer lo peor. Afortunadamente, la reciente prueba del 19 de octubre, durante la cual un BE-4 funcionó durante tres segundos al 50% de su empuje previsto, ha despejado todas las dudas y ahora hay más posibilidades de que este sea el motor elegido para el Vulcan de ULA.

    Para SpaceX el desarrollo del Raptor no ha sido tampoco un camino de rosas. Los orígenes del Raptor se remontan a 2009, tres años antes que Blue Origin comenzase a trabajar en el BE-4. Por entonces no tenía un nombre asignado y sus características se filtraron junto a otras propuestas de motores avanzados que SpaceX estaba desarrollando dentro del marco del programa Merlin 2. En 2012 se confirmó el uso de metano como combustible, ya que hasta ese momento se barajaba que el Raptor fuese, como el Merlin del Falcon 9, un motor de kerolox, aunque se suponía que debía ser un motor destinado únicamente a etapas superiores. Además de las ventajas con respecto a la reutilización, SpaceX justificó el uso del metano porque este compuesto podía producirse en Marte a partir de la atmósfera del planeta rojo.

    Europa no quiere quedarse atrás y ha iniciado de forma muy tímida el programa Prometheus para crear un lanzador reutilizable a base de metano. Prometheus nació como un proyecto conjunto entre el CNES francés y la empresa Airbus Safran Launchers, pero desde comienzos de este año se ha convertido en un programa bajo el paraguas de la ESA tras asignarle una financiación de cien millones de euros con el objetivo de que la primera prueba del motor tenga lugar en 2020.

    Como vemos, no será por falta de opciones. La era de los lanzadores de metano está aquí para quedarse.

    Este artículo es una adaptación de un texto original escrito por Daniel Marin.